domingo, 23 de noviembre de 2014

Sobre la tolerancia

El concepto de la palabra tolerancia, al igual que su antónimo intolerancia, tiene connotaciones históricas muy concretas.  Como tal, es un término que viene empleándose desde el siglo XVIII, para referirse a acciones u omisiones concretas en torno al plano religioso, político, cultural y social.  En el sentido religioso se refiere a una actitud de indulgencia y comprensión hacia determinadas doctrinas, personas, sus acciones y obras.

La tolerancia supone, ante todo, el respeto hacia el otro, hacia su derecho a la libertad de pensamiento y expresión, hacia su libertad religiosa y de pensamiento, desde una perspectiva de conciencia bien formada; lo que supone el facilitamiento de la posibilidad de un diálogo y una convivencia pacífica.

La tolerancia se opone a la represión física, mental o espiritual y es contraria al proselitismo y al fanatismo a ultranza.  Mientras la intolerancia religiosa se apoya en el fundamentalismo, la tolerancia se opone a todo acto de fuerza y coacción con la que un individuo, grupo o corporación trate de eliminar o marginar al contrario.  El insulto, la descalificación, la calumnia, la denuncia, persecusión, la tortura, el encarcelamiento, la anulación sicológica y la eliminación física de las personas; así como la destrucción de sus obras, son formas de poner en práctica la intolerancia. 

Tras la gesta independentista, los pueblos americanos, establecimos repúblicas que, en casos como el peruano, no consiguen aún liberarse del poder político religioso que oprime a la mujer y en especial a la comunidad TLGBI, impidiéndoles su derecho a ser, a sentir, pensar y decidir sobre sus cuerpos y vivir conforme a su naturaleza, sexualidad, afectos.

Cuando escuchamos el discurso del cardenal en su programa semanal de la radio, podemos apreciar que la tolerancia es vista por él como una manifestación de indiferencia, infidelidad, relativismo o negación de las propias convicciones morales en las que su punto de vista religioso se apoya.  La intolerancia, como fenómeno cultural, ha dado pie a que en el mundo hayan surgido brotes de odio religioso, político, étnico o social y a que el odio y la venganza “en nombre de Dios”, haya encontrado asidero en la historia, dando pie a las masacres y a guerras “santas”, llámense estas yihad o cruzadas.  Los brotes de intolerancia nos han permitido ser testigos de masacres, pogromos, persecusiones, anatemas y condenas a millones de personas por el solo hecho de no encajar dentro de los cánones, parámetros y límites que quienes ejercen el poder político, fáctico y hegemónico, han determinado como verdaderos, únicos e ideales. 

domingo, 24 de agosto de 2014

El Mito de la Plasticidad Sexual Humana (Parte 2)

Liberarse del sentimiento de culpa, los introyectos* y los miedos será fundamental para lograr el correcto desarrollo de su nueva personalidad bajo el aspecto de su idealización realizada sobre sí misma.  No es ético que los sicólogos, los psiquiatras o los psicoterapeutas inicien tratamiento psicológico alguno sobre las personas transexuales o transgenéricas si no están debidamente preparados/as para y tratar a las personas con el Síndrome de Harry Benjamin con terapias de apoyo, siempre bajo los conceptos actualizados de la Psicología y desechando los vetustos métodos tradicionales o las nefastas teoterapias que prescribe la homo/transfobia institucional religiosa.
* Afirmaciones hechas por personas que tuvieron relevancia para nosotras/os durante la infancia y cuyo enunciado permanece fijado en nuestra mente como mandato que no debemos cuestionar; por lo tanto, este debe ser acatado.
La población peruana convive con una serie de personas patológicamente desequilibradas que presenta cuadros diferentes de trastornos de personalidad manifiestos para cualquier persona que trabaje el tema de la salud mental; pero aún así, son socialmente aceptadas como ‘normales’, lo cual indica que el mito de la patología transexual se encuentra vigente; a pesar de lo dicho, la evaluación psiquiátrica resulta necesaria para despejar dudas sobre la persona transgenérica y nos permitirá descartar estados psicopatológicos, trastornos graves de personalidad, a la homosexualidad ego-distónica y los cuadros neuróticos o sicóticos graves que pudieran coexistir o estar encubiertos bajo una supuesta disforia de género transexual.  Los profesionales de la salud mental, cuando se trate personas ego-distónicas, que presenten fuertes conflictos de aceptación de sus propias realidades y que ello les cause problemas psicosomáticos, depresivos, estrés o quizás ideas o intentos de suicidio, deberán elaborar su diagnosis y prescribir el tratamiento más adecuado en estos casos o limitarse a destacar la evidencia de una disforia de género, sin tratar de investigar la causa, el origen ni el fondo del asunto, derivando la consulta hacia otras áreas del conocimiento humano si fuere necesario.  En este último supuesto, hay que destacar la rama gestáltica de la psicología moderna, pues ella ha sabido enfocarse en la persona y no en el paciente y además ha desarrollado mucho el tema de la transexualidad y el de la transgeneridad. 
No pretendemos soslayar el nefasto papel que desempeñó la Psicología y la Psiquiatría con los prejuicios patologizantes y los tenebrosos tratamientos curativos que nuestro colectivo tuvo que padecer por acción de su causa; por ello, el trabajo conjunto de las organizaciones transexuales de 86 de los 207 países del mundo, tras llegar a un acuerdo global tomado en Barcelona el 2010, acordamos a exigir coordinadamente a la Organización Mundial de la Salud, la despatologización de la transexualidad y su consecuente supresión de la lista de enfermedades mentales del DSM V; logro que consiguió la comunidad homosexual en 1990 y que nuestras organizaciones alcanzaron por fin el año 2013, contando con el respaldo de la comunidad científica internacional y el proveniente de los gobiernos de los países desarrollados, principalmente europeos, así como el de connotadas figuras y líderes mundiales.
La sexualidad humana, la intersexualidad y sus múltiples variantes,  la identidad de género discordante con el sexo asignado, la orientación sexual y el rol de género deberían ser explicados objetiva y científicamente en los textos escolares de primaria, desprovistos de morbo y pacatería, con el fin de reducir o evitar los múltiples casos de bullying contra nuestra niñez en los centros educativos y al interior de las familias.  Es el colmo que en el Perú, a causa de los prejuicios transfóbicos institucionalizados, los universitarios, los médicos, los psicólogos, psiquiatras, los técnicos, laboratoristas, enfermeras y demás profesionales de la Salud; así como los educadores, religiosos, policías, militares, jueces, fiscales, abogados, comunicadores sociales, artistas y en general, el resto de la sociedad, permanezca en la ignorancia o en la necedad de pensar que realmente conoce el asunto que estamos tratando sin haber leído siquiera un libro de sexología científica, actualizado e imparcial, en toda su vida, dejándose llevar por lo que el vulgo, los embusteros mediáticos o lo que los fanáticos enfebrecidos, que administran la fe desde los púlpitos. 

Una mujer común y corriente, un ama de casa, viva esta en el campo o en la ciudad, en el centro o en la periferia, debería haber recibido educación e instrucción en materia de sexualidad, al igual que el hombre, pero esto es impedido por la moral católica, que maneja los hilos del Estado y reprime desde dentro del aparato estatal que este tipo de información sea divulgada.  Sin embargo, lo más corriente es que la población promedio, carente de información y conocimiento sexual (que ya debería dominar con la información que existe en la Internet o en los libros) enfrente, llena de prejuicios, el momento en que su hijo o hija, haciendo acopio de toda su fuerza y valentía, pero buscando a su vez apoyo, les confesará que son diferentes.  Si la gente común y corriente fuera capaz de entender esto por sí misma, sin inmutarse, avergonzarse, apenarse, asombrarse o clavar una mirada de desaprobación, ni sentir la necesidad de buscar el consejo de otras personas, que también pudieran estar colmadas de prejuicios sociales, culturales, políticos y religiosos, sabiendo anteladamente que el “consejo” que pudieran emitir sería contrario al proyecto de vida del fruto de su unión y que les plantearán siempre lo más conveniente a sus propios intereses, a los de la sociedad heteronormada, a la ideología hegemónica institucionalizada y al poder despótico de la intolerancia oficial apenas instruida en la ignota materia de sexualidad humana; más nunca a los del proyecto de vida, ni a la identidad real, congénita y natural de su progenie.

Actualmente es utópico avizorar que la sociedad peruana consiga liberarse de la influencia religiosa en la educación.  Nuestra población ha sido previamente instruida por educadores y directivas especialmente preparadas por el catolicismo o el cristianismo evangélico más retrógrado, que sesgan la difusión del conocimiento tecnológico y científico bajo la miopía moral del dogmatismo, dejando de lado los principios inmutables de la Ética y de la Lógica; canjeando el sentido común por los prejuicios y los estereotipos provenientes de ideologías dogmáticas de índole religioso.  Indudablemente, el poder fáctico que nos ha demostrado el clero es tremendo y no puede ni debe ser soslayado a causa de un ateísmo o agnosticismo académico; porque está unido al poder económico, al militar y al político tradicional que gobierna el Estado, aunque cambiemos de gobernantes cada cierto tiempo.  Encuentro que el mero hecho de haber logrado crecer intelectualmente lo suficiente como para desechar las ideas del machismo misógino (que me fueron implantadas tempranamente) y que tanto mal ha causado a la humanidad entera, desde que los patriarcas se apropiaron de la religión, me ha convertido en una persona muy crítica y contestataria, con pensamiento libre, pero coherente con lo que expreso. Sin embargo, debo reconocer que aunque este sea mi caso, no necesariamente tiene que ser el suyo.  Por mi parte sostengo que la lucha entre la claridad de la ilustración y las tinieblas del oscurantismo supersticioso, está determinada por el enfrentamiento con un colosal cúmulo de creencias, contra las cuales será muy difícil combatir y más aún apartar de nuestras mentes, lo cual de ninguna manera debe dar a entender que pretenda plantear una concepción dualista y teosófica en la cual no creo; pero mantengo la esperanza de que este cambio se dé un día no muy lejano en nuestro país y que vivamos para contarlo.

Quizás la ayuda deba provenir de presiones externas, tal como lo fue la gesta independentista que nos liberó políticamente del dominio español cuando aún la sociedad peruana “no estaba preparada para el cambio”; solo que esta vez tendría que provenir de un cambio radical que consiga derribar al inmenso tinglado institucional que ha conseguido plagar el aparato estatal con colaboradores, espías y empleados “comprometidos” con el cogobierno clerical que por siglos ha oprimido a las minorías sexuales y a la mujer como género, privándola de sus derechos sexuales, reproductivos y de la igualdad social, laboral y cultural, porque siempre se argumentará que “nuestra sociedad aún no esta preparada para el cambio”…  Al parecer la conservadora sociedad peruana sigue siendo fiel a su idiosincrático atavismo de creer que no llegará nunca a estar preparada para el cambio, lo cual nos indica que en el fondo, a casi doscientos años de la Emancipación, nada ha cambiado; la modernidad solo se ha instalado en lo aparente y superficial más no en el fondo de las cosas…  Lo que poca gente sabe es que hace mucho que el control político económico institucionalizado de la religión, dejó de ser local para constituirse en una pieza más de un delicado juego geopolítico global; que se ha vuelto mucho más sutil y sofisticado que antaño, pero en nada menos interesante para quien sepa observarlo y leer entre líneas.  Esto me lleva a pensar que aunque estemos del lado progresista, que actualmente no consigue dar frutos en el Perú, debemos ser conscientes que nos enfrentamos a un lastre implantado, en el inconsciente colectivo, con tal firmeza que esto nos pone en evidencia que será muy difícil desprenderse de él si queremos llegar a ser una mejor sociedad, más moderna, tolerante e inclusiva.  Claro está, que para llegar a esto, la sociedad peruana deberá evolucionar e ir más allá de cualquier atavismo mágico-religioso que arrastre como rémora, liberándose de prejuicios, dogmas y estereotipos culturales o políticos, así como de todo lastre religioso que haya venido cargando por atavismos históricos agazapados bajo el aparentemente “inocente” concepto de la costumbre; lo digo de esta manera porque la Tradición no nos vino porque sí o nos cayó del cielo, sino que fue impuesta a sangre y fuego de una manera genocida sobre la que muy poca gente ha reflexionado, simplemente porque desconocen su propia Historia o porque, así se le dieran los elementos necesarios para investigarla, carece de capacidad de comprender lo que lee y por derivación no podrá realizar análisis alguno sobre los hechos que pudiere descubrir.  Nuestro sistema educativo, dominado por la imposición católica, persiste en sostener una actitud negacionista del genocidio, la imposición cultural y la extirpación de idolatrías que complementaron la labor de la Inquisición durante la Colonia.

Para los adalides conservadores del pensamiento patriarcal machista, homófobo, lesbófobo, bifóbico y transfóbico, detentador del poder falocentrista, que les fue conferido por la idiosincracia misógina masculina hegemónica y por una religión clasificada como revelada (positiva), que ellos sostienen como única, valedera y excluyente; bajo esta perspectiva, la lucha por nuestros derechos fundamentales constituye un anatema que debe ser combatido mediante el empleo de los ingentes recursos que les brinda su privilegiada posición de dominación.  Su fundamentalismo les induce a oponerse al modernismo y al evolucionismo que, según ellos, socavan las bases de la fe bíblica; para nuestro colectivo que no cuenta con los ingentes recursos de los poderes fácticos, la defensa de nuestros derechos fundamentales representa un reto que asumimos sin ningún atisbo de miedo, duda o incertidumbre; porque sabemos de antemano que el proceso de cambio es inexorable.  Este proceso se viene dando en el mundo e incluso ha triunfado en países vecinos de la región; por consiguiente, más allá de cualquier especulación académica, paráfrasis literaria o consigna política en contrario, podemos saber, intuir y sentir, desde lo más profundo de nuestros corazones, que la victoria final será nuestra, que el cambio se dará en nuestro país y que estas sabandijas serán finalmente defenestradas del control político del Estado para recluirlas al interior de sus templos cada vez más añejos y vacíos de participación juvenil, porque los jóvenes que tienen acceso a la tecnología de la información son mucho más independientes del mundo adulto. Debido a ello, sus vetustos y anacrónicos preceptos han quedado totalmente desfasados de lo que sucede en el mundo actual y a la información que ellos pueden obtener con solo cliquear un portal de información de la Internet, a diferencia de las generaciones mayores, que poco a poco iremos partiendo de este mundo.  Lo cual es prueba plena de que la opinión de una persona formada y adulta jamás ha podido ser cambiada; ya que la sociedad, como ente abstracto, no evoluciona, sino tan solo renueva gradualmente sus componentes.  Así ha sido siempre y no tendría por qué dejar de serlo ahora…  

El Mito de la Plasticidad Sexual Humana (Parte 1)

Por: Mgr. Fiorella Cava Goicochea

Quisiera comenzar esta conferencia, refiriéndome al concepto básico que tenemos de la Ciencia, a la cual podemos definir como un conjunto de conocimientos racionales, sistemáticos, exactos, verificables y por consiguiente, falibles.  Por medio de la investigación científica, la humanidad ha conseguido reconstruir conceptualmente el mundo que conocemos y esta es cada vez más amplia, profunda y ha ganado exactitud con los elementos que nos brinda el empleo de los medios tecnológicos.  Cuando la Ciencia es aplicada al medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes materiales y culturales, la Ciencia consigue deslumbrarnos con su avance, pero se convierte en tecnología, con minúsculas.  Evidentemente, la información no consigue llegar con precisión al total de los habitantes de este planeta por diversas cuestiones que es vano detallar, pero cuando se trata de la Biología, la Sexología y la Psicología, que son ciencias que se basan en el conocimiento verificable, deductivo que se llama muchas veces conocimiento empírico que necesita a su vez de datos, enunciados, proposiciones, comprobaciones o experimentos que conlleven factores o hechos comprobables y verificables.  La racionalidad y la objetividad, basadas en el método científico, resultan indispensables para establecer normas, conclusiones y verificaciones de hipótesis que derivan en descubrimientos que nos han permitido profundizar nuestro conocimiento del mundo que nos rodea o el que parte del interior de nuestra corporalidad.
Cuando nos referimos a la condición congénita de la sexualidad del ser humano, podemos inferir y establecer que esta acepción nos indica fehacientemente que las personas TLGBI carecemos de fuerza de voluntad y capacidad para elegir nuestra propia sexualidad; por lo tanto, solo la podremos descubrir en algún momento de nuestras vidas, mas no modificar a pesar del patrón único que nos impone la heteronormatividad hegemónica a través de la crianza, de la educación y la presión social.  El verdadero sentido de nuestra sexualidad es algo que tarde o temprano descubriremos, sobre todo cuando se trata de las personas disidentes con la sexualidad heterosexista; en ellas, este proceso se da de manera similar al de la mayoría de los seres humanos cuando el proceso de identificarse con un género primero y luego cuando la persona descubre quien le atrae y a qué género pertenece su contraparte.  
El Dr. Francis Frank Mondimore, cuyo libro “Una historia natural de la homosexualidad”, me permito citar, llama a este descubrimiento el momento flash.  Mediante el cual algunas personas logran percatarse que son diferentes y que en el caso nuestro, es algo de lo que no nos podemos negar, modificar ni renunciar mediante el uso de la voluntad.  La posibilidad de que mediante el uso del libre albedrío, concepto tan recurrido por la patrística religiosa, los individuos podamos elegir, decidir u optar volitivamente nuestra propia sexualidad, es un hecho que provoca escozor y temor en quienes nos denostan; sin embargo, es una opción inexistente, ya que el ser humano carece de potestad para elegir sobre su propia identidad sexual; de modo que constituye un mito o una falacia el afirmar alegremente, urbi et orbi, que: “todos/as los seres humanos nacemos siendo heterosexuales, pero que factores externos nos convierten en homosexuales, bisexuales, transexuales o transgénero”, cuando lo cierto es que nuestra identidad de género queda fijada en nuestro cerebro antes de los tres años de edad y que en el desarrollo posterior, ésta se irá afirmando y en algún momento la descubriremos, más allá de lo que la educación, la cultura dominante o la religión nos digan.  Resulta indignante que activistas TLGBI, incapaces y carentes de desbaratar estas patrañas con el suficiente conocimiento para enunciar argumentos coherentes y sólidos; replicar cuando nuestros detractores que nos enrostran la posibilidad de un cambio y denostan nuestra falta de compromiso por curar nuestra “patológica, perversa y abominable sexualidad”. Encuentro a ciertos/as “representantes” de la diversidad, mediáticamente populares, tan insulsos y escasos neuronalmente, que me da cólera escuchar sus balbuceantes “argumentos” que no hacen sino ratificar la creencia de la mayoría desinformada sobre una supuesta anormalidad nuestra. 
Desde el punto de vista científico, nadie puede cambiar lo que la naturaleza nos otorgó; esta es un mito, otra falacia que a costa de repetición se ha convertido en una verdad mediática que, desde estas líneas, nos permitimos interpelar y cuestionar de manera concreta, con la contundencia que el embuste merece. 
Con aparente indulgencia, los detractores de la disidencia sexual, dejan incólume de toda crítica la intersexualidad y ni siquiera se permiten mencionarla en su discurso de exclusión y condena, porque los hechos demostrarían tácticamente la incongruente pretensión de que solo existen dos sexos y que el género es un concepto técnicamente idéntico que señalaría una correspondencia biunívoca sexo-genérica que la cultura oficial no es capaz de sostener; pero no nos engañemos, porque en casi todos los casos, la sociedad y los médicos se ocuparon de normalizar tempranamente a la criatura mediante cirugías pretendidamente correctivas o con las posteriores.  En la inmensa mayoría de casos, la persona intersexual, presionada por la sociedad, la cultura y por la educación dicotómica en materia sexual que recibió, en la mayoría de casos, para liberarse de una supuesta anormalidad que se establece sobre su corporalidad, decide adaptarse al patrón hegemónico y dejar de lado cualquier traza de ambigüedad sobre su cuerpo.  Lo cual nos permite conocer que la heteronormatividad compulsiva reprime la exteriorización de nuestra sexualidad cuando esta no se adapta al patrón bigenerista; ello nos conduce, casi en la totalidad de los casos, a tener que fingir pertenecer al grupo hegemónico cuando descubrimos internamente que nuestra identidad sexual difiere del modelo social trazado por los normópatas
Cuando se trata de la identidad de género de los seres humanos, podemos afirmar, basándonos en hechos plenamente probados, que ésta queda fijada neuro-biológicamente hacia los dos años y medio (como dijimos anteriormente) y que cuando la persona adquiere el uso de razón, crece, piensa y se desenvuelve en sociedad, conociendo de manera consciente o inconsciente el género al que realmente pertenece.  En la inmensa mayoría de los seres humanos, la dicotomía sexo-genérica coincide con el sexo que le asignaron al nacer los médicos y la familia, salvo unas pocas excepciones (cuya prevalencia es del 0.33% y que es el caso que nos ocupa); en ese sentido, la sociedad, ignorante por lo general en materia de sexualidad o peor aún, influenciada por creencias que utilizan la Biblia como referente, establecieron patrones biológicos provenientes del mito creacionista de los cuales no conseguimos librarnos aún, a pesar de las pruebas.  La sociedad, desconcertada ante lo evidente, da como resultado que el entorno inmediato se angustie, porque no encuentra a su alcance respuestas apropiadas para confrontar a lo que nos dice la cultura, la presión social y los mitos que se tejen alrededor de la sexualidad humana al respecto; al parecer, nadie se ocupa de defender la identidad de la criatura y esta es conminada a asumir un género que no es el suyo, porque la morfología de sus genitales externos indica lo contrario.
Podemos colegir entonces que cuando las personas transgenéricas exteriorizamos lo que es natural, congénito e intrínseco para nosotros/as, enfrentamos la transfobia del mundo adulto y tenemos que asumir consecuencias para las que muchas veces no estamos preparadas…  Hay quien pueda pensar a priori que por alguna razón ignota y malévola, fue nuestra decisión querer cambiar la corporalidad que la naturaleza del orden simbólico de la sociedad, equivalente de lo que significa el plan divino del fundamentalismo monoteísta.  Basándose en este factor, el reclamo vendrá de ese lado y nos adjudicará injustificadamente una supuesta “rebeldía” contra nuestros padres, contra Dios o contra la familia, contra quienes nos criaron o contra quienes amamos, estigmatizándonos con la etiqueta de vivir en permanente pecado, fuera del orden natural de la Creación; pero cierto es que este supuesto constituye algo que al momento de descubrir nuestra identidad no teníamos en realidad, en consecuencia se trata de otro mito transfóbico que nos endilgan los normópatas con categórica vehemencia.
Hay, quien sostiene erróneamente que la educación que recibimos es determinante y fundamental para el desarrollo de la sexualidad, argumentando para ello el desfasado concepto de “lo aprendido”, que como hemos visto, es insustancial puesto que la identidad sexual del ser humano es innata; más allá de lo cual, en casos como el nuestro el transgredir la heteronormatividad pasa a convertirse en una anomalía a la que la cultura hegemónica ha pretendido patologizar, como si se tratase de una subversión al orden establecido, un cuasi delito y una enfermedad mental que puede ser clasificada, estandarizada, diagnosticada, tratada y finalmente curada.  Desde nuestra perspectiva, lo único que ello ha conseguido es estigmatizar al grupo social afectado privándolo de sus derechos más fundamentales, de la integración social y haciendo que la intolerancia y la total falta de respeto hacia nuestra identidad encuentre raíces para ejercer la segregación y la discriminación e inclusive fomentando el ataque directo y los crímenes de odio contra nuestro colectivo.  Solo me queda responder que, sobre la base de mis estudios y del conocimiento que me brinda mi propia experiencia, que la Identidad de Género, en nuestro caso transgenérica (transexual en nuestro caso y, para colmo, no cisexual), pero cisgenérica para la mayoría, es una condición congénita, que tiene que ver con una neuromorfología cerebral determinada y precisa que en todo caso, solo es disfórica, si se pone como equivalente este término con la discordancia en cuanto al aspecto fenotípico o morfológico corpóreo, más no en cuanto a que pueda ser la manifestación de una falla o trastorno mental. 
Más allá de cualquier premisa académica, desde hace décadas, la confusión de esta etiología con el aspecto electivo del rol que un individuo puede adoptar a lo largo de su vida, ha sido sostenido por otras posturas, que han llevado al feminismo a reivindicar que el Rol Social de Género, que el Rol Sexual de Género (o conducta sexual) y que la Identidad de Género (la forma como una persona se autopercibe desde el fondo de su propia esencia), son esencialmente lo mismo sin haber profundizado ni cotejado estas afirmaciones con evidencias verificables científicamente por lo cual podemos deducir que la mundialmente famosa Teoría Queer, es en realidad una hipótesis sociológica desprovista de basamentos serios demostrables.
En esto tienen mucha responsabilidad los estudios sociológicos del Género, que derivan del Feminismo de la Segunda Ola, y toda la literatura vertida al respecto en los foros académicos y políticos desde la década de los setenta, en especial la hipótesis académica post-estructuralista queer que parte del error de negarle toda validez científica a la Neurobiología, a la Psicología y a la Medicina, a las que tildan de ser los adalides del pensamiento machista del patriarcado dominante; confundiendo el fondo del asunto bajo el relativismo de la variabilidad e incluyéndonos dentro del amplísimo espectro de lo queer, que nada define y que todo confunde, conjuntamente con gays andróginos, confundidos y no definidos, con chicos swish afeminados y con chicas bush masculinas o con una identidad de género aún no definida o asumida, con transvestistas, travestis, trasvestistas, travestófilos, fetichistas, drag queens, drag kings, pero también a personas perturbadas, extrañas y, en general, todo un cúmulo de sexo/generidades inclasificables, confusas, adoptadas, asumidas temporalmente, permanentes, cambiantes, aparentes, constantes, periódicas, esporádicas o en todo caso, con una crisis de identidad no permanente, que podrían asumirse en la forma correcta si procedieran de su parte a buscar ayuda psicológica y encontraran su camino despejando dudas, temores exteriorizados, miedos internos y falsas percepciones. 
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Como se puede colegir, especialmente si poseemos un conocimiento cabal de la realidad que estamos exponiendo, el concepto de lo queer es demasiado inconsistente y subjetivo, especialmente cuando nos dimos cuenta del modo tan particular con el que, para salirse con la suya, las teóricas queer juntaron bajo una misma denominación todo aquello que resultaba incómodo para encasillar taxonómicamente dentro de la cisgeneridad hegemónica.  El resultado fue que ellas agruparon dentro de la “identidad” trans al colectivo transexual, al transgénero y al transvestismo (cisexuales ambos), para clasificarnos, todos juntos y también revueltos, dentro de una inclusividad transgenérica que engloba al cúmulo de variantes performativas,* manifiestas o expresivas, que ellas denominaron clasificaron como pertenecientes al concepto de lo queer.  Desde nuestra perspectiva, parece que las iluminadas  visionarias académicas lesbo-feministas se permitieron esbozar su hipótesis sobre la base del comportamiento social/sexual humano entre fuertes dosis de marihuana, hachís y otras pepas, desestimando el concepto del núcleo de identidad de género (que fue la forma mediante la cual la Psicología pudo identificar desde el exterior, mediante el análisis de su expresión, lo que parte de nuestra actividad neuro-cerebral).  Este último concepto, fue enunciado ante la comunidad científica en 1968 por el Dr. Robert Stoller, siendo ratificado por los estudios neurobiológicos del Dr. Zhou y sus colaboradores en 1990. 
Tras la revolución hippie de los sesenta, pero sobre todo a partir de los años setenta, el feminismo copó puestos académicos, sobre todo en Sociología y Antropología de las principales universidades norteamericanas, sin dejar de lado al naciente lesbo-feminismo, y consiguió que sus organizaciones, constituidas en casas editoriales, publicaran muchísima literatura e investigaciones con el auspicio de esas mismas universidades, las cuales han venido siendo utilizadas una y otra vez por el academicismo mundial para escribir libros que se basan en estos primeros libros y, a su vez, estos en otros; lo cual es impresionante, pero que solo en contadas ocasiones, se basan en hechos reales y objetivos, debidamente fundamentados que se apoyen en la metodología científica.  De cualquier forma, apoyada por los ingentes recursos de las universidades norteamericanas, los postulados queer comenzaron a exportarse al mundo desde ese entonces; hoy constituyen la columna vertebral de los Estudios de Género.  Sin embargo, fuera de su contenido reivindicativo por los derechos de la mujer, los derechos reproductivos y por su visión liberadora de la opresión femenina, existe un componente transfóbico (insoslayable) que afecta puntualmente la visión que tiene al academicismo acerca de la transgeneridad, confundiéndola con una simple representación*, con un fuerte contenido narcisista o histriónico, en muchos casos parafílicos, como sería el caso del transvestismo y sus múltiples variantes; que en sí misma es solo una construcción que puede ser deconstruida a voluntad, a despecho de quien “decida asumirla”, expresándome de acuerdo a sus enunciados.
* Solo utilizo su enrevesada terminología.
Esto es algo sobre lo que trato frecuentemente en mis escritos o en mis conferencias y forma parte de ese polimorfo perverso freudiano, que carece de identidad de género real o que puede ser variada bajo la influencia social externa, lo cual es otro mito que es sostenido por algunos/as activistas, creyentes del dogmatismo queer que ocupan lugares destacados dentro del movimiento TLGBI.  Para resumir, debo manifestar que todos los integrantes de la especie humana nacemos con una identidad de género, que forma parte de nuestra propia sexualidad, con la cual nos identificamos internamente desde que tenemos uso de razón; solo que en algunos pocos casos, cuya prevalencia ha sido determinada por la Ciencia, existe una discordancia subconsciente que puede permanecer en estado latente durante algún tiempo y que se manifiesta de manera consciente en forma posterior sin tener para ello una uniformidad temporal.  Sin embargo, el momento flash de la identidad de género se da casi siempre en nuestra infancia o en la etapa pre-puberal; lo cual implica que ocurre antes de que podamos saber cual es el género que nos atrae o que nos gusta como complemento afectivo, romántico, emocional o erótico; en otras palabras, la orientación toma como punto de partida la identidad de género y no al revés, como he escuchado mencionar a académicos/as, legos/as y opinólogos/as* cuando esparcen comentarios sin fundamento ante los medios o ante los foros político-académicos. 
El Rol Social, la apariencia, la conducta y el comportamiento, como vehículo de expresión de nuestro fuero interno, son generalmente condicionados impositivamente por la familia y por nuestro entorno social circundante.  El desarrollo de nuestra personalidad queda supeditado a los que los demás quieren que nosotros seamos, es decir vivimos para cumplir un rol que encaje dentro del simbolismo social que nos es impuesto y nada podemos hacer al respecto para cambiar mientras seamos menores de edad y no podamos independizarnos económicamente de nuestros progenitores.  La sociedad cree que nuestra personalidad es una especie de página electrónica a programar  manos de un ordenador experto, para que encajemos dentro del patrón de género cultural determinado que se constituye en el orden simbólico al que nos hemos referido antes; por cierto, los ordenadores, a quienes hemos denominado normópatas, aprendieron a su vez de quienes los antecedieron y así nos remontaremos al periodo donde los hombres se apropiaron de la religión para establecer las bases de nuestra cultura y sobre este aspecto no se admiten variantes ni contradicciones porque todo ha sido debidamente sacralizado por reglas estrictas que no podremos alterar sin vernos reprimidos/as prontamente por los guardianes de la fe y de la cultura y por los mecanismos de control social. 
 * Comunicadores que opinan sobre cualquier tema con docta pretensión.

De manera intrínseca, tanto la mujer como el hombre saben que la una es mujer y que el otro es hombre, pero no por que se lo dicen o por que así se lo enseñaron, sino por que lo sienten; paradójicamente a cualquier postulado que podamos plantear y a despecho de cualquier fundamento que pueda sustentar estas apreciaciones: ni la sociedad, ni la religión, ni la cultura, conseguirán condicionar la autopercepción que tienen las personas sobre sí mismas.  El corolario no deseado es que en el caso de las personas que ostentamos una disforia de género, el hecho de tener un aspecto físico distinto a nuestra identidad real, nos causa conflicto por causa de una presión social transfóbica que va en sentido contrario a la afirmación identitaria de nuestra personalidad; mientras que nuestro entorno es guiado por lo aparente y por el deseo de mantener el orden simbólico filosófico que se asume bajo el axioma de lo natural; pero tan solo consigue acrecentar la contradicción que nos imprime la incongruencia de género que tenemos, por lo que en casi la totalidad de los casos, debemos reprimir para no ser agredidas/os física, emocional o psicológicamente, violadas/os, mutiladas/os, echadas/os a la calle y en algunos casos (invisibilizados con celeridad por los medios) hasta asesinadas/os. 
Si bien es cierto que la sociedad nos asigna un rol y unas reglas de comportamiento, por el hecho biológico de ser varón o hembra, al cual no nos es lícito cuestionar, contradecir o pretender alterar, la sociedad, la cultura, la religión y el Estado nos conminan a permanecer dentro de un rol que internamente sabemos que no es “el camino correcto”; en consecuencia, el hecho fáctico de sentirnos diferentes al resto resulta, muchas veces, muy difícil para las personas transgenéricas.  Este es un factor que nos desconcierta, deprime y nos lleva a cuestionar la razón de nuestra propia existencia, siempre desde un silencio que muy pocas de nosotras/os se atreven a romper pero que a casi dos terceras partes de nuestro colectivo nos ha llevado a pensar o intentar suicidarnos como respuesta a la transfobia interna o externa, logrando en muchas ocasiones consumar el cometido; no en vano la estadística señala un altísimo porcentaje de suicidios o intentos de suicidio en nuestra población más joven, que particularmente en la pubertad y la adolescencia ve la autoeliminación como única vía de escape para su “problema”.  Indudablemente, en muchas ocasiones la disforia de género ha sido inducida por la heteronormatividad dicotómica biologista que nos es impuesta desde el exterior y que reprime cualquier expresión de género contraria al patrón hegemónico; pero en otras, podemos inferir que se trata de un conflicto interno, que nos permite inferir sobre la preexistencia de trastornos ego-distónicos de difícil pronóstico que van muchas veces asociados a otras tipologías
Saber quienes somos realmente, es el resultado de una identificación visceral, profunda, irrenunciable, ineludible e inmodificable, que va más allá de lo que la sociedad, la cultura y la religión pueda decirnos si estamos o no dentro de lo correcto.  Cuando nuestra identidad de género coincide con nuestra morfología, no tendremos ningún problema; pero si esta es diferente a lo que se espera de nosotras, desde muy jóvenes, la sociedad, la cultura y la religión nos crearán todo un cúmulo de conflictos que afectarán  indubitablemente, de una manera cruel, atroz e inhumana, nuestras vidas.  La sociedad no ha logrado evolucionar aún lo suficiente para poder entender el trance que ella nos causa, dado que nuestra sexualidad es algo externo a nuestra voluntad y que el conflicto que se genera, como consecuencia de la misma, es causado por su propia intolerancia; en otras palabras, la agresión de la que somos víctima se debe a elementos externos (introyectos) a nuestras  personas, sobre los que no tenemos ascendiente pero cuya consecuencia debemos pagar muchas veces con  nuestras vidas. 
En términos cuantitativos, somos muy pocos los seres humanos que vivimos esta circunstancia sobre nuestras vidas, el resto amparará su apreciación basándose únicamente en lo externo y sobre la base de su propia experiencia, de modo que muchas veces su visión derivará en un rechazo contra la persona diferente.  Se emitirán, en consecuencia, argumentos falaces que no resisten el análisis científico; pero que, sin embargo, tienen que ver con prejuicios y creencias culturales, políticas o religiosas profundamente enraizadas en el inconsciente colectivo.  Todo se simplifica bajo un impertinente: “si tú quieres, puedes cambiar”; cualquier dilación en contrario, bajo el subjetivismo moral mayoritario, será tomada como signo de rebeldía, subversión, capricho o persistencia en seguir trasgrediendo las normas y cometiendo un pecado.  La intolerancia social, que parte como resultante de esta sesgada apreciación, trae como consecuencia directa no solo la violencia y la agresión, que será aplicada indefectiblemente contra quienes nacimos con disforia de género, sino una injusta segregación y exclusión, que parte de nuestro grupo social de origen, que percibe que somos una amenaza que pone en peligro sus vidas, su sistema de vida y a su familia. 
La estigmatización nos reduce a una caricaturización estereotipada de nuestra persona quien pasa a convertirse en el imaginario popular en una entidad abyecta, hipersexualizada, pervertida y depravada, desprovista de cualquier rasgo de humanidad, que causa un pavor irracional al grueso de la sociedad; esto no es cosa de juego, cuanto más simplificada sea la imagen proyectada, peor será el rechazo.  Para las Ciencias de la Comunicación y para las Ciencias Sociales, nuestro colectivo se ha convertido en un objeto de burla que no merece ser considerado sujeto de derecho; esto deberá ser tomado en cuenta para cualquier análisis que se haga de ahora en adelante, porque de ahí parte precisamente la transfobia (funcional, institucional o la intencional), que termina justificando los crímenes de odio que se cometen en nuestra contra sin que aparentemente a nadie le importe.
Por principio elemental, la democracia debería respetar los derechos de las minorías, pero pretender dejar la consecución de nuestros derechos civiles fundamentales, y los especiales, en manos de políticos conservadores que manipulan o siguen los vientos que soplan las mayorías ignorantes, mentecatas y fundamentalistas, incapaces de reconocer su inapropiado, excesivo e intolerante comportamiento, es atroz.  Sin embargo, esto es lo que se ha venido haciendo hasta la fecha, no solo en el Perú, sino en el mundo; si por ellos fuera, hace rato que nuestra comunidad hubiera sido suprimida de la faz de la Tierra, tal como los totalitarismos trataron de borrar del mapa a quienes consideraron inferiores, peligrosos, asociales, antisociales, enemigos del régimen o de la familia; sin considerar que tenemos derecho a que las familias que hemos formado sean reconocidas y amparadas por las leyes del Estado, sin discriminaciones de ninguna especie.  Somos personas como todas las demás y todas tenemos derechos amparados por las leyes de la República, la Constitución y los Tratados Internacionales.
Como podemos deducir, la Sociedad es la causante directa de nuestros conflictos existenciales; esta es una prueba más de lo dura que resulta la vida para nuestro colectivo y esto va más allá de lo que cualquier simple mortal pueda padecer en algún momento de su existencia.  Para comenzar, nuestro entorno nos achaca un trastorno, que no tendría por qué molestarle a nadie, pero para ellos se constituye en un cuasi delito social, argumentado en el plano religioso que nos estigmatiza por haber cometido supuestamente el abominable y nefando pecado de negar nuestra propia naturaleza; según sea el caso, esto nos trae como consecuencia, que nuestro natural modo de actuar, pensar, vivir, amar o existir, se convierta subjetivamente en un detalle inapropiado, incorrecto y hasta  peligroso para el resto de la sociedad.  Si a ello sumamos el machismo y la homofobia imperantes en nuestra cultura patriarcal, de las cuales derivan la misoginia o el desprecio por el género femenino, que en nuestro caso se aplica tanto para las personas trans femeninas como hacia las masculinas; de ese modo, cualquier persona transexual, transgénero e intersexual, cuya identidad de género es negada o puesta en duda, es pasible de ser agredida por la burla, el desprecio, el insulto o el ataque brutal y físico promovido por ciertos líderes de opinión imprudentes e intolerantes que dogmáticamente niegan la existencia de la identidad de género y que nos confunden interesadamente con la homosexualidad (y a esta con la sodomía bíblica), lo que trae como consecuencia lesiones graves o la muerte de la víctima. 
Por lo anteriormente expuesto, el surgimiento de la transfóbia, se ve complementado cuando, desde un punto de vista heteronormativo, se asume que la transexualidad y la homosexualidad son la misma cosa y esta variante es asociada e incorporada a los prejuicios existentes sobre la peligrosidad social, delincuencia latente, marginalidad, violación de menores y pederastias, proselitismo conductual, mala suerte, acoso sexual a la niñez, colusión con elementos antisociales, con una poca estabilidad emocional, problemas psiquiátricos, perversiones sexuales y al contagio de enfermedades de transmisión sexual o epidémicas, que la homofobia social atribuye injustamente a los homosexuales. 
Paradójicamente, evidenciando carencias sustentatorias a nivel racional, algunos grupos conservadores, fundamentalistas y patriarcales, esgrimen una ideología biologista heteronormativa y un determinismo dualista que se integra bien con algunas religiones orientales, pero que es ajeno a nuestra cultura y que contradice las raíces de su propia concepción religiosa, lo cual es absurdo.  Sin embargo, también ha derivado en ataques, directos o indirectos, contra la transexualidad y lo que nosotras percibimos como transgeneridad, que dista mucho de lo que quienes están fuera entienden y por ello nos engloban dentro de lo que ellos llaman trans.  Por ello mismo, en los en los espacios TLGBI, nuestro colectivo se ha visto atacado en diversos foros académicos, políticos y sociales de debate por parte de activistas gays misóginos, lesbianas homofóbicas y por feministas cisgeneristas androfóbicas.*  El ataque ha venido como consecuencia de un nutrido fuego cruzado y como resultado muchas veces nuestra comunidad ha sido víctima de violencia física, verbal o mediática, por parte de la termocefalía intemperante de energúmenos/as incapaces de elaborar un discurso inclusivo que nos permita aspirar a alcanzar las más elementales normas de convivencia dentro de una sociedad que se presume civilizada, empezando por reconocer nuestra identidad para luego incorporar dentro de su mente que nosotras/os también merecemos respeto. 
* Debemos admitir la existencia de la homofobia, la bifobia, la lesbofobia e incluso transfobia y travestofobia al interior de nuestro colectivo; porque como tal, éste carece de identidad propia y corrientemente busca su afirmación denostando cualquier variante ‘no heterosexual’; de modo tal que, esta posibilidad (mayoritaria por cierto), es asumida como la única y legítima forma de vida.  El colectivo trans, por lo general, escasamente informado, se muestra incapaz de desembarazarse y replantear los prejuicios culturales de la sociedad; reproduciéndolos, para proyectarlos primero contra las personas transgenéricas, y los travestis que no se adapten a la hegemonía heteronormativa, y luego contra las otras minorías sexuales que componen el amplio espectro TLGBI.
La realidad peruana pone sobre el tapete el tema de que, tanto para la sociedad como para la cultura, las leyes fundamentales del Estado, no se aplican por igual a todas las personas.  Un viejo aforismo limeño destaca que “todos/as somos iguales, solo que algunos somos más iguales que otros/as”.  Lo que pinta de cuerpo entero la situación a la que me refiero y que ha sido reflejada ácidamente por comunicadores de la talla de Rafo León.  Esta inaceptable situación, lejos de formar controversia, es asumida con pasmosa pasividad, indiferencia y fatalismo por la mayoría de la población peruana; en nuestro caso particular, esto viene a colación porque nuestro colectivo ha sido marginalizado desde la época colonial por acción de la Iglesia y esto ha conducido a que nuestra ciudadanía sea considerada inmoral, no válida ni plena.  El desconocer que las personas transexuales, las transgénero y las intersexuales existimos como grupo social específico y diferenciado, con aspiraciones y necesidades diferentes al de los travestis y agruparnos conjuntamente con el colectivo homosexual o el HSH, como pretende de modo simplista la ONU, la OPS y el Ministerio de Salud, forma parte de una institucionalización transfóbica que pone en evidencia la estigmatización de nuestro colectivo.  Esta realidad, presente en un imaginario popular desde hace centurias, que pretende negarnos el derecho a existir en forma plena y autonómica es nuestro peor enemigo; consecuentemente, las personas transexuales, las transgénero y las intersexuales necesitamos que nuestra identidad (nombre y género autopercibido), sea reconocida socialmente como un paso necesario y previo al reconocimiento por parte del Estado.  Por cierto, pretender que el Estado se convierta en uno laico y progresista es actualmente una utopía irrealizable, pero una meta a lograr en el futuro.  No pretendemos ser anticlericales, porque reconocemos la labor social de la Iglesia, aunque esta no es desinteresada tampoco; pero si la Conferencia Episcopal o el cardenal pretenden irrogarse más protagonismo del que actualmente gozan, asumiendo su papel de cogobernante sempiterno, no nos quedará otra vía que la confrontación directa con las bases de su fe, la del comportamiento de sus componentes para minar su papel de liderazgo y no permitiremos que la población continúe obnubilada por su discurso pastoral que nada tiene de inclusivo, ético o humanista sino todo lo contrario; la religión oficial tiene al Estado peruano atado de manos por medio de un Concordato que le permite inmiscuirse, en la práctica, en la vida política y dictar su moral con el respaldo de los poderes fácticos aliados a su causa.  Esto es grave para nuestro colectivo, por cuanto aquella no reconoce sus propios errores históricos, oculta y es cómplice de delitos muy graves; la Iglesia siempre estuvo ligada al poder de turno, sea cual fuere el régimen gobernante, con una asombrosa ductibilidad que le ha permitido sobrevivir dos milenios manteniendo sus privilegios político-económicos.  Solo algunas personas con criterio libre de influencias religiosas podremos percatarnos que en el transcurso del devenir de los acontecimientos humanos, la institución eclesiástica, siempre ha sido una rémora del avance social, técnico y científico de los pueblos.
La identidad de género es algo que va más allá de lo aparente, que a diferencia de lo que se vea desde fuera, se siente desde dentro.  Lo que pueda yo opinar al respecto, quedará en la esfera de mis pensamientos, pero al emitir una opinión en estas breves líneas, quiero expresar que nadie puede saber lo que se siente, viviendo bajo mi piel.  Vale decir, ningún juez, prelado o autoridad, puede opinar ni tampoco determinar sobre lo que yo debo o no pensar, sentir o expresar, ni mucho menos a quién, cómo y cuándo deba o no amar o si debo o no formar una familia.  Esto es algo que no se elige conscientemente, tan solo se auto-percibe y se siente; creo que ustedes estarán de acuerdo conmigo en que eso va más allá de una simple pulsión freudiana.  Es más, me atrevería a sostener que si el mismísimo Sigmund Freud pudiera enterarse de lo que planteo y aceptara darme la razón, se daría cuenta inmediatamente que sus teorías psicoanalíticas, y las de sus adláteres y continuadores que engloban dentro de sí una ideología patriarcal y falocentrista, aunque renieguen externamente de ella, parten de un misticismo religioso sumamente cerrado y literalista (en esto no tienen que ver los traumas ni el concepto de lo aprendido). 
La ortodoxia psicoanalítica carece de base científica para explicar la identidad de género y el carácter congénito de la sexualidad humana per se.  No se puede basar el diagnóstico de la disforia de género sobre la base del concepto de lo aprendido o de lo vivido en la crianza o en la educación, peor aún cuando por mucho tiempo la Psicología estigmatizó y patologizó la riqueza de su diversidad, sobre la base de prejuicios decimonónicos; sin embargo, y sin ánimo de entablar discusiones bizantinas, debemos acotar que cuando la disforia de género, tiene un perfil ego-sintónico, la Psicología encuentra utilidad contribuyendo a reinsertar socialmente a la persona cuando la persona decide aceptarse, mostrarse tal como es ante su entorno y el cambio se hace evidente; más no para “cambiar” a la persona tratando de hacerla encajar a la fuerza dentro de un rol preestablecido o un cuerpo que la propia persona percibe como extraños a su verdadera naturaleza e identidad.  En ese caso la terapia de apoyo resultará necesaria y fundamental para empoderar a la persona transgenérica, intersexual o transexual con la finalidad de que pueda enfrentar cualquier clima de hostilidad que se le pueda presentar como consecuencia.  Paradójicamente a lo que sucede cuando una persona heteronormada decide emprender un proyecto personal, por más disparatado o arriesgado que este pueda ser, la sociedad siempre tratará de desbaratar cualquier avance de la persona transgenérica para conseguir obtener resultados concretos sobre su persona.

domingo, 10 de agosto de 2014

Bienvenid@s



Este es un blog sobre las identidades trans, en el que se publicarán textos referentes al tema.  Creemos que esto es de vital importancia debido a la gran cantidad de información mal intencionada que abunda en Internet sobre este tema.  Estamos infoxicados de discursos que buscan presentar la transexualidad, la transgeneridad o el transvestismo como conductas patológicas o vicios y la intersexualidad como una falla genética o disfunción producto del pecado de los padres.  Discursos que no solo condenan las identidades transgenéricas, sino también la homosexualidad, asociándolas o tomando las primeras como "formas radicales" de la última.  Hay muchísimo que aclarar y desde este espacio nos ocuparemos de ello.

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Gracias a ustedes iremos creciendo poco a poco.